Los samaritanos: el otro Israel que sigue en el Monte Gerizim
Cuando pensamos en el judaísmo, nuestra mente viaja de inmediato a Jerusalén, al Muro de las Lamentaciones y al recuerdo del Templo. Sin embargo, existe una pequeña comunidad que afirma ser la auténtica heredera de Moisés y que mira con recelo la centralidad de Jerusalén. Son los samaritanos, una minoría de apenas unos cientos de personas que han mantenido viva su tradición durante más de dos milenios.
Origen: la herida del Reino del Norte
En el siglo VIII a. C., el Reino de Israel (norte) fue conquistado por Asiria. Una parte de la población quedó en Samaría y, según la Biblia, se mezcló con gentes extranjeras traídas por los asirios. De esta raíz surgió la comunidad samaritana, que solo aceptó como Escritura el Pentateuco (los cinco libros de Moisés), en una versión propia: el Pentateuco Samaritano.
Para ellos, la fidelidad a Moisés es la esencia. Consideran que los judíos de Jerusalén, que desarrollaron un Templo en Sión y toda una tradición rabínica, fueron los que se desviaron del camino original.
La bifurcación: Jerusalén contra el Monte Gerizim
Tras el exilio en Babilonia, los judíos del sur reconstruyeron el Templo en Jerusalén y afirmaron la centralidad de la Ciudad Santa. Los samaritanos, en cambio, defendieron que el lugar elegido por Dios había sido siempre el Monte Gerizim, cerca de Siquem (actual Nablus).
El enfrentamiento llegó a ser violento: en el siglo II a. C. los judíos hasmoneos destruyeron el templo samaritano en Gerizim. Desde entonces, las dos comunidades caminaron por sendas distintas, acusándose mutuamente de traición a la verdadera fe.
Dos tradiciones que se miran de reojo
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Lugar sagrado
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Judíos: Jerusalén, el Templo (hoy el Muro).
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Samaritanos: Monte Gerizim, donde todavía realizan sacrificios de corderos en Pascua.
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Textos
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Judíos: Tanaj completo (Torá, Profetas, Escritos).
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Samaritanos: solo el Pentateuco, en su versión propia.
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Esperanza futura
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Judíos: llegada del Mesías hijo de David, reconstrucción del Templo.
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Samaritanos: la venida del Taheb, un renovador del linaje de Moisés, no de David.
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Aquí está la clave: ellos nunca aceptaron la realeza davídica como legítima. Para los samaritanos, el pueblo debía seguir la guía de los sacerdotes descendientes de Aarón y la ley de Moisés, no de un rey humano. Por eso el linaje de David les parece una desviación.
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Una comunidad en el filo
Hoy sobreviven apenas unos 800 samaritanos, divididos entre el barrio de Kiryat Luza, en lo alto del Monte Gerizim (Cisjordania), y la ciudad de Holón, cerca de Tel Aviv. Su número estuvo a punto de extinguirse en el siglo XX (eran menos de 150 en los años 30), pero gracias a matrimonios mixtos con judíos y conversos han conseguido recuperarse ligeramente.
Durante siglos, la endogamia extrema trajo consigo graves problemas de salud genética, que todavía persisten en parte de la comunidad. En las últimas décadas, para sobrevivir, han flexibilizado algo sus normas y aceptan matrimonios con judíos israelíes, siempre que los hijos sean educados como samaritanos.
A pesar de su pequeñez, conservan con celo su alfabeto propio (distinto del hebreo rabínico) y mantienen ritos que parecen trasladados del Antiguo Israel, como los sacrificios pascuales en Gerizim, a la vista de todos.
¿Quién lidera a los samaritanos hoy?
La comunidad samaritana sigue contando con un Sumo Sacerdote, elegido siempre entre la familia sacerdotal que, según su propia tradición, desciende en línea directa de Aarón, hermano de Moisés.
El actual líder es Aabed-El ben Asher ben Matzliach, nombrado en 2013. Vive en Kiryat Luza, en lo alto del Monte Gerizim, y oficia los sacrificios pascuales que cada año realizan los samaritanos, a la manera del Israel bíblico.
Para los samaritanos, esta continuidad sacerdotal es prueba de autenticidad frente al judaísmo rabínico: ellos no siguieron a David ni a Jerusalén, sino que permanecieron fieles a Moisés y a la estirpe de Aarón.
El eco de una división antigua
El judaísmo actual mira a Jerusalén. Los samaritanos, en cambio, siguen subiendo a su monte sagrado y esperando al Taheb, el profeta que renovará la alianza de Moisés. Dos visiones que nacieron de una misma raíz, pero que eligieron montañas distintas: Sión y Gerizim.
Y allí, en la cima de un monte poco conocido para la mayoría, una comunidad diminuta insiste en recordarnos que la historia nunca es una sola voz, sino un coro de tradiciones que a veces se bifurcan y se resisten a desaparecer.
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