lunes, 25 de agosto de 2025

La Guardia muere, pero no se rinde: la última carga de Napoleón en Waterloo

 

La última carga de la Guardia Imperial

El humo de la artillería oscurecía el horizonte en Waterloo. El ejército francés se desmoronaba y el destino de Napoleón estaba sellado. Entre el estruendo de los cañones y el avance implacable de ingleses y prusianos, aún se mantenía en pie un núcleo de hombres: la Vieja Guardia. Se les ofreció la rendición. El silencio fue roto por un grito que pasaría a la eternidad: «¡La Guardia muere, pero no se rinde!».

Aquellos veteranos de mil batallas formaron en cuadro, fusiles en ristre, y aguardaron la última embestida. No se dispersaron, no huyeron: cargaron una vez más, conscientes de que ya no luchaban por la victoria, sino por el honor. Su resistencia final se convirtió en el símbolo del heroísmo napoleónico, incluso en la derrota.



La Guardia Imperial y la Vieja Guardia

La Guardia Imperial era la élite del ejército napoleónico, un cuerpo de élite dividido en distintos escalones:

  • Joven Guardia: reclutas más jóvenes, recién incorporados.

  • Media Guardia: soldados con cierta experiencia.

  • Vieja Guardia (Vieille Garde): veteranos que habían seguido a Napoleón desde Italia y Egipto, considerados la élite de la élite.

Cuando hablamos de Waterloo, la famosa respuesta de Cambronne («La Garde meurt mais ne se rend pas!») se atribuye a esta Vieja Guardia. Aunque las crónicas difieren —algunos sostienen que Cambronne fue capturado vivo y que nunca pronunció la frase—, el mito quedó grabado en la memoria colectiva.

Después de Waterloo

Tras la derrota, los aliados disolvieron la Guardia Imperial. Muchos de sus hombres volvieron a Francia, otros fueron perseguidos, y unos pocos siguieron a Napoleón al exilio, no como cuerpo militar, sino como acompañantes personales. Entre ellos estuvieron el general Bertrand, el general Montholon y el fiel ayuda de cámara Marchand.

Décadas después, los veteranos supervivientes recibieron la Médaille de Sainte-Hélène (1857), instituida por Napoleón III para condecorar a quienes habían combatido bajo el mando del Emperador. Así, ancianos de barba blanca, que habían cargado en Austerlitz o Borodinó, posaron para las primeras cámaras fotográficas, transformándose en reliquias vivientes de una época mítica.

Los últimos testigos

Gracias al nacimiento de la fotografía en 1839, todavía alcanzamos a ver a estos hombres ya ancianos, posando con sus viejos uniformes o medallas. Una célebre serie de retratos de 1858 muestra a quince veteranos de la Guardia con la Médaille de Sainte-Hélène. En esas imágenes, los últimos guardianes de Napoleón miran al objetivo con la misma firmeza con la que un día enfrentaron al mundo.





Epílogo

En Waterloo, Napoleón perdió el Imperio, pero en el sacrificio de la Vieja Guardia ganó la inmortalidad de su leyenda. Aquellos hombres, cuya sangre tiñó los campos de Bélgica, quedaron grabados en la memoria de Europa como ejemplo de lealtad y coraje. La frase, real o inventada, resume la esencia de su destino: «La Guardia muere, pero no se rinde».


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