El dinero en la historia: De los mercados antiguos al nacimiento de las compañías de acciones
Cuando pensamos en el mundo de las finanzas, nos vienen a la mente rascacielos en Wall Street, pantallas llenas de gráficos complejos o aplicaciones en nuestro teléfono que nos permiten invertir con un solo clic. Pero el sofisticado sistema financiero que conocemos hoy no es un invento reciente; es el resultado de una evolución milenaria, un viaje desde los pactos privados y poco regulados de la Antigüedad hasta el nacimiento del comercio público de valores.
Roma y el mundo de las finanzas ocultas
Aunque la élite romana consideraba el comercio y la banca como actividades por debajo de su dignidad, la riqueza que acumulaban provenía de fuentes sorprendentemente modernas. Para ellos, la fuente de poder era la propiedad de la tierra y la agricultura, pero sus vastas fortunas se construían en las sombras de los mercados. La ley romana prohibía a los senadores participar directamente en el comercio, pero encontraban formas ingeniosas de sortear esta norma.
El equivalente más cercano a nuestras empresas modernas eran las societates publicanorum, sociedades de recaudadores de impuestos. El Estado romano subastaba el derecho a recolectar impuestos en las provincias, y los senadores, a través de sus intermediarios, como libertos o clientes de confianza, invertían en estas sociedades. La inversión era inmensamente lucrativa: los recaudadores podían quedarse con el excedente entre lo que recaudaban y lo que habían pagado al Estado.
Este sistema, aunque generaba una inmensa riqueza para la élite, era un mundo de relaciones privadas. No existía un mercado público donde un ciudadano común pudiera comprar una parte de una de estas sociedades. La inversión era un juego de unos pocos privilegiados, y los riesgos de la especulación y las pérdidas quedaban confinados a sus círculos cerrados. Personajes históricos como Marco Licinio Craso, conocido por su inmensa fortuna, eran maestros en esta forma de finanzas, invirtiendo en ejércitos privados, bienes raíces e incluso en la especulación de incendios para comprar propiedades a precios de ganga.
La Edad Media y el poder de los banqueros y mercaderes
Con la caída de Roma, el centro del poder económico se trasladó a las ciudades-estado italianas como Venecia, Florencia y Génova. El poder ya no residía en la aristocracia terrateniente, sino en las grandes familias de mercaderes y banqueros. Familias como los Médici se convirtieron en el motor financiero de Europa. En este periodo, la actividad económica era un sofisticado entramado de banca, préstamos y comercio.
En lugar de un mercado público, el dinero se movía a través de una red de confianza. Los banqueros crearon herramientas financieras revolucionarias para sus negocios, como las letras de cambio, que permitían a los mercaderes transferir grandes sumas de dinero entre ciudades sin el riesgo de transportar físicamente el oro o la plata. Aunque la Iglesia Católica condenaba la usura, los banqueros encontraron maneras de financiar a reyes y nobles, a menudo cobrando intereses de forma encubierta o a través de filiales.
Las inversiones se realizaban a través de sociedades privadas y asociaciones familiares para financiar un viaje o un proyecto específico. Aunque en las grandes ferias medievales de ciudades como Champaña, en Francia, se reunían comerciantes de toda Europa para liquidar deudas, este intercambio era sobre mercancías y obligaciones de pago, no sobre la propiedad de una empresa. El mundo financiero seguía siendo un asunto de redes cerradas, donde la confianza personal lo era todo.
El gran salto: La revolución de las compañías por acciones
Con la llegada de la era de los grandes descubrimientos en los siglos XVI y XVII, el comercio se globalizó y los proyectos se volvieron demasiado grandes y costosos para un solo inversor o incluso para una familia de banqueros. Los riesgos de enviar una flota de barcos a la India o las Américas eran inmensos: tormentas, piratería, enfermedades, naufragios. Los beneficios, si tenían éxito, también lo eran. Se necesitaba una forma de compartir el riesgo y el capital a una escala sin precedentes.
La solución fue la sociedad por acciones o joint-stock company. Este modelo, totalmente revolucionario, permitía que el capital de una empresa se dividiera en pequeñas partes, o acciones, que podían ser compradas por una multitud de inversores. Si el viaje era un éxito, todos ganaban una parte proporcional; si fracasaba, las pérdidas se repartían. Fue una forma de crowdfunding a gran escala.
La primera y más exitosa de estas compañías fue la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC), fundada en 1602. La VOC no era solo una empresa comercial; era un monopolio estatal que operaba con el poder de un gobierno: podía negociar tratados, acuñar su propia moneda e incluso librar guerras. El público podía comprar acciones de la VOC, lo que les daba una fracción de la propiedad de esta gigantesca empresa. La demanda por estas acciones era tan alta, y los inversores querían poder comprarlas y venderlas en cualquier momento, que se creó una nueva necesidad: la de un mercado público, formal y centralizado.
Y esa necesidad, como veremos en la segunda parte, fue la que dio lugar a la creación de las primeras bolsas de valores, las instituciones que hoy conocemos.
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